EGO FUERA DE CONTROL
He
hablado en público por muchos años. Las primeras veces fueron aterradoras pero
satisfactorias. A medida que lo hacía más seguido iba teniendo más confianza
sobre mí y sobre lo que era capaz de hacer. Las personas a menudo se acercan
para expresar su admiración y su alegría por lo que les he compartido y eso te
deja un sabor de satisfacción indescriptible. El problema surge cuando esa
satisfacción se convierte en un ego fuera de control.
Pasa
el tiempo y te acostumbras a los elogios y a la admiración. Sabes que lo harás
bien una vez más y todos te admirarán. Pero ya has perdido el foco de lo que
haces. Más cuando lo que hablas no es un asunto de ti en sí. Más cuando lo que
hablas tiene una finalidad y es sobre el bienestar de los que te escuchan.
Cuando pierdes el control de tu orgullo y de tu ego, pierdes el enfoque de tu
misión. Te enamoras de la admiración y te encariñas con los elogios. Comienzas
a preocuparte mucho por lo que digan las personas y dejas de un lado la esencia
de lo que quieres transmitir. Te ocupas en impresionar y no en impactar.
He
estado ahí, queriendo ser parte de un show, diciendo lo que sé que va a gustar.
Lo que sé que mueve a una persona. Cayendo poco a poco en mi insensatez,
convirtiéndome en un hipócrita que solo se prepara para un show más. Un juego
entre mi mente y las palabras, cuando estas salen de mi boca mi mente me
recrimina lo falso que podría ser. Aunque no es cierto del todo, mi mente no me
comprende a cabalidad, no sabe que hablo de lo que anhelo constantemente lograr.
Hablo de las cosas como una meta que todavía no logro alcanzar.
Ahora,
he estado menos ocupado en impresionar a las personas. Estoy buscando ser yo
mismo ante todos, estoy buscando ser sincero y transparente con lo que digo. Ahora
predicar no es un afán para ser visto, también es mi deseo de encontrar una
palabra que pueda salvarme cada vez que me paro delante de las personas.
Ya
no hablo de enseñar, ya no quiero ser tan osado pretendiendo decir que sé algo
que aquellos que me escuchan no lo saben. Ahora solo quiero compartir y llegar
a una reflexión en conjunto sobre algo que me pesa en los hombros y en el alma.
Mis
fracasos, mis miedos, mi constante lucha entre hacer lo bueno y terminar
haciendo lo contrario. Mi lucha paulina de lo que mi alma desea y lo que
termino haciendo.
Ya
no quiero aplausos, ya no me siento cómodo cuando me dicen cosas que quieren
exaltar lo que hago. Ahora trato de dirigir a las personas para que puedan dar
gracias a Dios por lo que acaban de ver. Pero que no se trata de mí, se trata
de su bondad, se trata de que Él es bueno. ÉL me permite hablar a las personas,
no lo sé muy bien el por qué, pero quizá el Creador considere que tengo algo
para decir que pueda ayudar.
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