TENEMOS UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE
Ha vuelto a sus barcas, aquellas
que se quedaron ancladas en un rincón del muelle endeble de la Galilea de
entonces. El día que el maestro le sorprendió en la orilla, con esa actitud
indiferente, logró que le siguiera sin ningún tipo de cuestionamientos.
Simplemente dejó sus redes y le siguió. Pero ahora parece que ha olvidado el
llamado o al menos no quiere recordarlo. Disimula su voz quebrada evadiendo
cualquier conversación que lo lleve a lo sucedido. Mira las redes y le es casi
imposible no revivir ese día. Sintió un verdadero propósito al seguirle, una
noble causa. Una visión poderosa acompañaba a este Jesús de Nazaret, Pero
quiere olvidar.
No ve a la cara a nadie, la
vergüenza y la pena lo consumen, se siente miserable. Se baña la cara
seguidamente disipando sus lágrimas. No hay nada más mortificante que el querer
regresar el tiempo para haberlo hecho mejor, haber dicho lo correcto,
simplemente tomar el otro camino.
Se ha quedado con el sinsabor
de haberles dicho que estaban en lo cierto. Que no solo le seguía sino que era
uno de sus discípulos, no de cualquier tipo, de los más íntimos.
Todavía no asimila lo sucedido.
¿Cuántos días se necesita para que todo se vuelva un caos? su mirada se pierde
en la línea que divide el cielo con el pequeño mar de Galilea. Parece estar en
el lugar equivocado. Ya no es el pescador entusiasmado que dirige con ímpetu la
aventura mar adentro.
La voz vino de la orilla, con
palabras que le removieron los recuerdos –tiren la red a la derecha y pescaran
algo-.
El más joven del grupo le susurra a Simón
Pedro, -es el Señor.-
Rápidamente se pone sus ropas
y se lanza al agua como todo un inexperto. Nada más rápido y llega para el
encuentro. Un desayuno sorpresa y un silencio sepulcral. Nadie se atreve a
dirigir palabra.
Pero qué sucede cuando el
maestro te espera para una conversación a solas, lejos de la fogata y de los
otros miembros del grupo. Él simplemente se levanta y le dice con una mirada
pacífica pero profunda, de esas que logran
confrontar y dejar sin ningún tipo de argumento innecesario, tenemos una
conversación pendiente. Pedro no puede sostenerle la mirada y agacha la cabeza.
Aquí está la pregunta:
Simón
hijo de Jonás ¿todavía me amas?
¿Por qué no preguntó otra
cosa?
¿Por qué no preguntó si ahora
estaba convencido que él era Mesías?
¿Será que él maestro quiere
amonestarle por haberlo negado 3 veces? Será que quiere sacarle en cara su
error y manifestarle su decepción. Tal
vez decirle –no esperaba esto de ti
Pedro-
Pedro le observa como no
entendiendo su pregunta. Es que tampoco la esperaba. Pero el maestro no quiere
quedarse en los errores del pasado. Él quiere restaurar a Pedro, renovarlo. Repetirle su confianza en él. Dejarle
claro que no se equivocó con él. La gente tal vez dirá que fue una mala
elección, que no era el hombre competente para tan alta responsabilidad. Pero Jesús
quiere confirmarle su propósito.
Porque lo que Jesús juzga
como esencial es que se le ame.
¿Todavía me amas? Hijo de
Jonás.
-
Pero te he negado.
-
Tengo malas palabras.
-
No se controlar mis impulsos.
-
Simón, hijo de Jonás. Yo no
te estoy preguntando eso.
Ahora ha dejado las redes por
completo. Lo encontramos con un grupo de personas orando fervientemente todos
los días, deseando recibir la promesa. En día de pentecostés todos estaban
reunidos unánimes. Afuera hay personas que se burlan, gritan y se ríen de los
que están adentro. En un rincón del lugar se encuentra Simón Pedro, está
teniendo un vago recuerdo de cuando negó al maestro. Hay una conversación
interior que lo reta a tomar una decisión de una vez por todas. Ahora hay algo
más fuerte que él dentro de sí. Hay una fuerza que lo hace poner en pie y llega
a prometerse así mismo que nunca más volvería a negar a Jesús de Nazaret.
Unos dicen que después de
pentecostés, volvió al lugar de aquella noche, buscó a las personas indicadas y
les dijo: ustedes tenían razón. Yo soy uno de ellos. Yo soy seguidor de Jesús.
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